jueves, 3 de marzo de 2016

RADIOPOEMARIO: Homenaje a Marco Antonio Campos (02 de marzo 2016)





El pasado miércoles 02 de marzo, inició el ciclo especial del Radiopoemario, cuya inauguración se llevo a cabo con el homenaje al maestro Marco Antonio Campos (Ciudad de México, 1949). 







El maestro Campos ha formado generaciones de poetas, no sólo en México, donde fue profesor de literatura en la UIA (1976-1983), sino también como profesor invitado de Brigham Young University (1991), y en las universidades de Buenos Aires, La Plata (1992) y la Universidad de Jerusalén (2003).


Durante casi una hora, el público tuvo el gran honor de escuchar de viva voz la lectura de los poemas: Aquellas cartas, Cefalonia, Grabados españoles I y II, Por la calle de los anticuarios, Pero en serio ¿valió la pena? Poemas incluidos en el libro “Ningún sitio que sea mío” cuya selección fue realizada por Stefaan van den Bremt (Secretaría del Estado de Michoacán, 2010). 




Aquellas cartas

El ayer llega en el hoy que saluda ya el mañana.
Era fines del '72. Yo atravesaba en tren
Europa occidental, o caminaba, por saber adónde,
un sinnúmero de calles, y en cuerpos ondulados
de jóvenes tenues, o en la delgadez del aire en la rama
de los castaños, o en reflejos, que creaban imágenes,
en aguas del Tajo, del Arno o del Danubio, la creía ver,
y ella lejos, en mí, en Cuidad de México, con sus
clarísimos 19 años, regresaba en verde o azul, para luego irse
y regresar e irse en el ayer que hoy llega para hablar mañana.
Era fines del '72, y yo no sabía que el mirlo cantaría para mí
a la hora del degüello. Ella hablaba de amor en mí, por mí, de mí,
pidiéndome que le enviara más cartas, que guardaba
-eso decía- en el color de los geranios sobre los muros
de su casa en el barrio de San Ángel, sabiéndola diciembre
que era de otro, pero yo le escribía cartas y cartas
en el compartimiento del tren de una estación a otra,
bebiéndome milímetro a milímetro la morenía de su cuerpo
como antes, sin saber que la tinta se borraba como
el color de los geranio en el muro de su casa.
Pero al evocar ese ayer convertido en un hoy que es ya mañana,
sin escribir ya cartas entre una estación y otra, me parece
que aún oigo la canción del mirlo a la hora del degüello.







Pero en serio ¿valió la pena?


Ya no podríamos escribir como en esa época, en los años oscuros
cando creíamos que el numen podría pertenecernos,
cuando era fácil creer que se haría la Gran Obra,
el poema de gran hálito con la música y el significado
que nos darían los dioses (cómo no creerlo),
que la poesía y el ángel, la figura y la forma serían para nosotros.
Pero al mirar lo que escribíamos a lo largo de los años
se hacía conciencia de que las alas de los pájaros no,
definitivamente no, no aleteaban con un ritmo propio,que en efecto y así y claro no podíamos decir exactamente
lo que queríamos decir, que en poesía, salvo un ramo
de poetas cada siglo, los demás debemos resignarnos
para ser los lacayos que conducen el carro de los grandes,
y sin embargo, y sin embargo aseguro que al menos la Poesía
me dio otras cosas: una manera de mirar la mirada de los pájaros
                                                                                                                      migratorios,
de armar desde el sueño imágenes de la pintura y del cine,
de apreciar más a fondo la ligereza y la dulzura corporal en las mujeres,
de admirar en las tardes y las noches las hileras de los mástiles
en los puertos, la higuera y el olivo
en medio del huerto en la noche azul de Jesucristo azul,
porque el reino de Dios no estaba cerca, sino en nosotros mismos.
Pero en serio, es una pregunta en serio para uno mismo o para
                                                                                                          cualquier poeta
a cierta altura de su edad: ¿valió la pena el sacrificio, valió la pena abandonar
la apuesta de la acción para entregarle la vida a la inutilidad de la
                                                                                                                     poesía?


                                                                                                                       


El mejor homenaje que podemos rendirle a un poeta que además ha formado a nuevas generaciones, es leer su trabajo. Ante la pregunta: Pero en serio ¿valió la pena? No queda sino el agradecimiento a la enseñanza. Sí, sí ha valido la pena. ¡Gracias maestro Campos! 




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